Levantarse para vivir, no para resistir
En este mundo lleno de desafíos, la costumbre de resistir se hace fuerte y común. Resistir a lo que no nos gusta, a las injusticias, a la tristeza, a la incertidumbre. Resistir implica, de alguna forma, “cansarse” porque es una batalla constante; es como si estuviéramos en guerra con lo que somos y con lo que el destino o la divinidad nos entrega. Resistir no es vivir, es simplemente mantenerse a flote, sin cuestionarse si realmente estamos nadando hacia el lugar que deseamos.
Cada vez es más común escuchar frases como: «Compro tiempo si te sobra», «Compro energía», «Quiero ser dos para llegar con todo y con todos». O, como hace días me compartió alguien, después de hablar sobre varios temas en general: “Me quedo con la sensación de que todo sabe a poco”.
Me lo pregunto y me gustaría invitarte también a vos a pensar: ¿Qué pasaría si cambiáramos de enfoque? ¿Y si, en lugar de resistir, decidimos levantarnos para vivir? Vivir es una invitación a dejarse tocar por lo que ocurre, a abrazar cada emoción con fuerza y también con la sabiduría de la aceptación. Y, aunque suene a cliché, cuando dejamos de resistir, hasta se podría «encontrar belleza incluso en la tormenta».
Levantarse para vivir es un acto de valentía, de decir HOLA a la vida, incluso cuando parece más sencillo rendirse o esperar que todo pase sin sentir.
Levantarse para vivir es, en su fondo más profundo, un acto de amor hacia uno mismo. Es comprender que el simple hecho de estar vivos es un regalo que no podemos dar por sentado.
¿A qué te levantas todos los días? ¿A explorar, a sentir, a reír, a llorar, a aprender, a ser un poco feliz? Creo que, si salimos del piloto automático que nos consume la vida con facilidad, podemos volver a disfrutar del abrazo de un compañero, de una rica conversación, de los hijos, de la pareja o incluso de la sonrisa de un desconocido. Y por qué no, hasta coquetear con alguien con quien nos cruzamos por una única vez.
Es cierto, la vida está llena de momentos duros, algunos durísimos. La vida no es Disney, nadie está exento de los tropiezos, los miedos y procesiones que se viven en silencio. Pero, ¿acaso no son esos mismos momentos los que nos hacen más o mejores humanos?
Así que mañana, cuando el despertador suene, espero que no solo te levantes por costumbre o por necesidad. Levántate porque tenes una, dos o tres razones fuertes para vivir, porque en cada uno de nosotros hay una fuerza inmensa capaz de transformar cada día en una oportunidad.
Podemos tener un cerebro que razona, pero un corazón que no siente, eso para mí, ¡¡Es sobrevivir!!
0 comments